El pan mexicano es absolutamente delicioso, pero dentro de sus múltiples variedades, el pan de muertos es una maravilla. Se hornea exclusivamente en la temporada que rodea a los días de muerto y parece una pequeña montañita de huesos de azúcar, coronado con una calavera redonda y dulce. Se suele acompañar con chocolate caliente (que, por cierto, es una bebida que nuestros pueblos origen dieron al mundo, pero que ellos bebían amarga y con agua).
Para que el pan de muertos existiera, confluyeron muchas circunstancias, algunas de ellas tan terriblemente sangrientas como la conquista. Otras, increíbles, como la de Juan Garrido, el esclavo negro que trajo el trigo a la Nueva España. El pan es una tradición que España trajo a México, recordemos que nosotros somos la cultura del maíz y los dioses nos hicieron de ese material. Poco a poco, al igual que la lengua, impuesta a fuego y sangre, el idioma y el pan se adaptaron a nuevas costumbres, nuevas personas, nuevas formas de ver el mundo.
El pan de muerto es un producto colonial, aunque las culturas origen hacían ofrendas de comida en varias ocasiones (entre ellas, por supuesto, a sus muertos). A las cihuapipiltin (las mujeres que morían en el parto y se volvían guerreras por haber tomado la vida de su hijo) se les daban figuras de amaranto y pan de maíz o yotlaxcalli, para que no hicieran maldades a los niños. A Huitzilopochtli se le ofrendaban huesos de amaranto y miel. Dice Fernando Alvarado Tezozómoc en la Crónica mexicana, que los habitantes de México hacían para las ceremonias de sus muertos un "pan" de maíz con forma de mariposa, el papalotlaxcalli, que se pintaban de colores. Panes ácimos les llamaron los frailes, porque no tenían levadura.
Nos comemos a los muertos, al menos a su representación simbólica en un canibalismo altamente civilizado, nos hacemos uno con ellos y aceptamos el fin de los ciclos. Tal vez sea cierto que las primeras manos que lo elaboraron, hayan trazado una cruz con los huesos recordando a sus dioses injustamente asesinados, o tal vez tan sólo la cruz del sacrificio de cristo. A los mexica conquistados, se dice, el redentor les era cercano por su sacrifico en el que derramó su sangre por Dios, tal como ellos lo hacía por los suyos propios. ¡Ahora, sí, a comer los dulces despojos de nuestros queridos difuntos!