El Jardín de las Rosas es uno de los lugares que constituyen el corazón de Morelia. Ubicado en Santiago Tapia, aproximadamente en los noventa, todavía existía una calle que unía Guillermo Prieto con El Nigromante. Una vez peatonalizada, se llenó de cafecitos que ofrecen al parroquiano la oportunidad de pasar momentos (o noches) en la plaza más hermosa de la ciudad. Los cafés son cotidianamente frecuentados por artistas y estudiantes, lo que les ha dado una personalidad bohemia y fresca.
En la plazuela, llamada oficialmente Jardín Luis González, artistas locales con diversos grados técnicos en su arte, suelen vender sus creaciones plásticas. Hay dos esculturas de bronce (concebidas por Ignacio Asúnsolo), que fueron puestas ahí en 1947. Sentados en equipales, sostienen una muda conversación a muchos metros de distancia Miguel de Cervantes Saavedra y Don Vasco de Quiroga. En medio de ellos, una fuente a donde van a beber y a bañarse las palomas, que bajan volando desde los bajorrelieves de la iglesia de Santa Rosa de Lima, uno de los templos con retablos barrocos de la ciudad.
Sentados en las mesas colocadas sobre las piedras del piso, bajo sombrillas protectoras, con un bocadillo en las mesas y una cerveza en las manos, los visitantes pueden ver las bugambilias que se abrazan de los fresnos, músicos que entran a los dos edificios del Conservatorio, palomas que se descuelgan desde un querubín musical hasta los adoquines en donde caminan los personajes de la plaza: estudiantes, hipsters, chairos, un Hidalgo siempre patriótico y siempre borracho, cantores con repertorios que van desde el rock clásico hasta los sones y el acordeón estilo París, perros atados a las rejas de las jardineras, que acompañan tranquilamente a sus dueños.
Rodeados de historia, de belleza, de futuro y de la relativa tranquilidad de las ciudades medianas, los visitantes pueden pasar momentos llenos de magia: viajar al pasado y, en un aleteo de colibrí, regresar al presente y encontrarse con una cerveza enfrente de ellos.