Coyoacán: su historia y encanto

Coyoacán: su historia y encanto

Escrito por
@mauromendoza

Cortés deja Coyoacán

Quizá la causa por la que Hernán Cortés dejó su habitación a las orillas de la Plaza de la Conchita, en el actual centro de Coyoacán, fue porque no encontró a los coyotes que se anuncian en el nombre (en náhuatl koyowahkān significa ‘donde están los que tienen coyotes’). O quizás, simplemente, impelido a la aventura, el benéfico clima lacustre le pareció poco digno de un Amadís americano, dueño del título de Marqués del Valle de Oaxaca, y prefirió la aventura de las inundaciones urbanas de Tenochtitlan para, luego, marchar hacia Las Hibueras, en Honduras, a continuar con su tarea militar en la que apaciguó rebeliones de otros conquistadores españoles. O tal vez al conquistador le pareció más efectivo aprovechar la hegemonía de la antigua capital mexica en vez del espacio de una comunidad varias veces sojuzgada por poderes externos: primero los tepanecas, luego los mexicas y finalmente los castellanos.

Independientemente de cuál hubiera sido la razón de su traslado, Coyoacán fue, durante dos apresurados años, la capital del Virreinato de la Nueva España antes de que la burocracia decidiera echar sus raíces en la vieja Tenochtitlan. De esta breve condición capitalina quedan hoy unos callejones empedrados que desconocen el raciocinio urbanístico del damero, así como la iglesia y plaza de la Purísima Concepción –de la Conchita pa’los cuates–, cuya fachada recientemente fue restaurada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia para hacer lucir su estilo barroco.

También nos quedan algunos mitos dignos de ser mencionados. Por ejemplo, en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento de Coyoacán, donde hoy despacha el gobierno local, una placa presume que ésa y no otra fue la residencia de Hernán Cortés; sin embargo, sabemos que el conquistador debió haber habitado en las cercanías de la Plaza de la Conchita; además, este edificio, si bien colonial, fue levantado en el siglo XVII, época en la que el extremeño ya había estirado la pata en la lejana Sevilla.

Ahora bien, como el arte suele ser enemigo del gris mundo de oficina, Coyoacán no entraña, necesariamente, el zarandeo de los trajes que corren del metro con el portafolio bajo el hombro mientras comen una torta de tamal y sueñan con el fin de la jornada; por el contrario, Coyoacán se ha convertido en la habitación de artistas e intelectuales mexicanos desde finales del siglo XIX. Sin embargo, algunos de éstos han sufrido las vicisitudes de su desafiante cercanía con la burocracia.

Coyoacanenses distinguidos

Famoso es el caso que le aconteció a José Juan Tablada, el poeta que pintaba con haikús. Tanta era su obsesión por la cultura nipona (como un otaku avant-garde) que en su casa —Héroes del 47 122, en el Centro de Coyoacán— había diseñado un patio con todos los elementos de la estética oriental, desde el cual había hecho las anotaciones en su diario —publicado post mortem por la UNAM— sobre la Decena Trágica y el derrocamiento de Francisco I. Madero. También desde ese patio, habiendo cambiado de bando, Tablada apoyó abiertamente a Victoriano Huerta, el autor del golpe contra Madero, y atacó verbalmente a "la bola" (que en aquella época era como decir "gentuza") zapatista. Por ello, en 1914, con la entrada del Ejército Libertador del Sur del a la Ciudad de México, la bola no se tentó el corazón y saqueó la casa de Tablada, con lo que mandó al olvido algunas de sus obras y el patio japonés, que con tanto celo había construido el poeta.

Tras algunos vaivenes, la casa pertenece ahora a la Sociedad General de Escritores de México quienes, a pesar de la pagoda que aún se dibuja en el estacionamiento, decidieron no llamar José Juan Tablada a ninguno de los foros en los que fue divida esta casa, antecesora del sushi con aguacate.

Otro famoso koyowah (o sea, un dueño de coyotes) que sufrió por culpa del cruce entre la política y el arte, fue Lyev Davídovich Bronshteyn, mejor conocido como León Trostki. Trostki vivió sus últimos años de exilio en Coyoacán, en una casa parapetada que se asomaba a las orillas del Río Churubusco. En esta casa, León fue recibido por Diego Rivera y Frida Kahlo, quienes frecuentaron con constancia al viejo topo mientras escribía sobre la vida de José Stalin y sobre la Revolución de Octubre. Asimismo, ése fue el espacio en donde Andrés Bretón se reunió con el revolucionario para concebir el Manifiesto por un arte revolucionario independiente.

A causa de la persecución desatada en su contra, varios militantes comunistas planearon la muerte de Trostki. Uno de ellos, fue el famoso muralista David Alfaro Siqueiros, quien en 1940, junto con un comando armado, disparó a la casa de Trostki desde un coche que bordeaba las orillas del río. Sin embargo, y a pesar de la fortificación que todavía hoy rodea el patio principal de esta casa, Trostki le abrió la puerta a Ramón Mercader, un agente encubierto que puso fin a la vida del ruso. La casa aún se mantiene en pie en el número 410 de la Avenida Río Churubusco, y en ella se alberga un museo en honor del revolucionario.

Por cierto, quien quiera recrear el ambiente rivereño de aquella época, tendrá una gran desilusión, pues el Río Churubusco ha sufrido una serie de ultrajes a lo largo de su historia. El primero de ellos es nominal, pues en el siglo XVI los españoles, para quienes resultaban extrañas las pautas fonológicas del náhuatl, decidieron cambiar el nombre de Huitzilipochco por el de Churubusco.

Río Churubusco

La gente de Huitzilopochco tenía fama de ser guerrera; esta fama se hizo explícita en 1847, año de la Batalla de Churubusco, en la que el ejército mexicano resistió el embate norteamericano. De esta época proviene seguramente el dicho de “jugamos como nunca, pero perdimos como siempre”, pues en la batalla resultaron victoriosos los invasores. Ahora en el Convento de Nuestra Señora de los Ángeles de Churubusco, donde se parapetaron los mexicanos en dicha batalla, se encuentra el Museo Nacional de las Intervenciones (20 de Agosto s/n, San Diego Churubusco). Regresando al río, el segundo de esos ultrajes es urbanístico, pues durante la ¿planeación? del sur de la Ciudad, éste fue sometido al encierro de la tubería para dar paso a una avenida rápida que recorre la ciudad de oriente a poniente. Su nombre, Avenida Río Churubusco, sirve como epitafio automovilístico del viejo río.

Paseo en Coyoacán

A pesar de que con el paso del siglo Coyoacán y los pueblos a su alrededor fueron consumidos por el proceso expansivo de la Ciudad de México, hay todavía algunos cuantos elementos que entrañan su pasado colonial. Por ejemplo, las calles de La Candelaria, un pueblo urbano a orillas de la Avenida Miguel Ángel de Quevedo, pueden transitarse a pie para evitar el tumulto urbano que, todas las tardes, inunda con cláxones las avenidas que lindan con la zona. Restos de su pasado artístico e intelectual pueden encontrarse también en sus varios museos y foros abiertos a todo público, como el Museo de Culturas Populares o la Cineteca Nacional. Asimismo, la presencia de cafés revela un antiguo pasado de promenade, como el que describe Benjamin para la París del XIX. Por ello, caricaturistas aún anuncian sus servicios a las despistadas parejas que pasean por el quiosco, mientras algunas gitanas posmodernas, que desplazaron a los pajaritos que sacaban un papel por 20 pesos, invitan a los transeúntes a que conozcan su sino.

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Aunque ahora ya no hay espacio para coyotes salvajes entre las calles de Coyoacán, una fuente nos recuerda que en algún momento debieron haber pisado estas calles, e invitan a quienes tengan la necesidad de dejar marca de su presencia, a tomarse una foto que se ha vuelto icónica entre los que visitan la Ciudad de México. No importa que sean de metal, los coyotes han regresado para permanecer ecuánimes al tiempo que los circunda.

Fotografía de portada: Juan de Vojníkov , [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/)], en Wikimedia Commons .

Fotografía Fuente de los coyotes: Emiliointelectual [CC BY-SA 3.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], en Wikimedia Commons .

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